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Escribe: María Esther Melgar Apagüeño[1]

 

El réquiem, según la Real Academia de la Lengua Española (RAE), es “aquella composición que se canta con el texto litúrgico de la misa de difuntos, o parte de él”[2]. En otras palabras, es un canto fúnebre del rito de la muerte y, hoy, estamos frente a ella: la muerta de la política de un país. La semana pasada, el Perú presenció el inicio de los preparativos de lo que será el funeral de la “clase” política peruana, cuyo cortejo fúnebre se mueve al son de lo cantado por Jorge Barata, exrepresentante de la empresa Odebrecht en el Perú y actual “testigo estrella” de la Fiscalía peruana, en el esclarecimiento del caso de “las donaciones millonarias” a las campañas electorales de los principales candidatos a la Presidencia de la República de nuestro país.

Así, Barata confirmó las declaraciones vertidas por Marcelo Odebrecht meses atrás, respecto a que TODOS los líderes-candidatos, quienes varios de ellos llegaron al gobierno en calidad de Jefe de Estado, fueron favorecidos con aportaciones dinerarias en calidad de “donaciones” provenientes de la empresa que él lideraba, empresa constructora Odebrecht, en las diferentes campañas presidenciales en el Perú. Estas aportaciones, como es evidente, tenían como contraprestación el establecimiento de un acuerdo implícito entre los candidatos y la empresa para que, una vez en el gobierno, esta siga siendo beneficiada en los procesos de adjudicación de obras públicas, básicamente de infraestructura dado el know-how de esta.

Ante ello, TODOS los implicados en dichas declaraciones han negado categóricamente lo vertido por Barata, argumentando que en todo caso, ellos NO se beneficiaron de manera personal con las aportaciones hechas –esto en el caso de los líderes políticos. No obstante, el testigo Barata ha dado cuenta, tristemente, de cómo es que este dinero, que si bien no los recibía el mismo candidato, era gestionado y recibido a través de “intermediarios clave”; ya sean funcionarios de menor nivel, personal de confianza de los partidos políticos u organizaciones políticas, o a través de familiares y amigos muy cercanos de los candidatos –de un modo u otro, igualmente terminaban transando los aportes.

No obstante, como se sabe, lo señalado en este interrogatorio no es nada nuevo. Ya en el 2017, Marcelo Odebrecht fue entrevistado sobre estos hechos y se abrieron nuevas líneas de investigación que involucraban a nuestros políticos –casi todos los presidenciables. Sin embargo, lo declarado por Barata esta semana nos muestra de manera simple y detallada, pero siempre infame, la forma cómo la política peruana se maneja a nivel institucional tanto a nivel partidario como de gobierno, una vez en el poder. Sin más, se ha evidenciado el “modus operandi” de cómo se financian las campañas electorales en el Perú y, peor aún, como la norma respecto al financiamiento de los partidos políticos no funciona, es deficiente o, en pocas palabras, es permanentemente vulnerada –letra muerta, mejor dicho.

Debido a esto, los líderes de opinión, académicos, intelectuales y ciudadanos han manifestado la urgente necesidad de revisar la normativa en materia de regulación del financiamiento de los partidos políticos en periodo de campaña y la contribución de los agentes privados a estas. Las propuestas van desde la financiación pública y privada controlada hasta la prescripción de cualquier financiación privada, claro está con una sanción penal clara para aquellos que sean expresamente los responsables de los partidos políticos en la recaudación de fondos de campañas (financiamiento). Por otro lado, no se deja de lado la responsabilidad que deben tener también los líderes políticos en competición.

 

LA CLASE POLÍTICA PERUANA: NUESTRA VERGONZOSA REALIDAD Y LA LUZ AL FINAL DEL TUNEL

Sin embargo, más allá de esta necesidad de modificar las normas, que por cierto es en el Congreso Nacional dónde se debe plantear estos cambios ya, el problema de fondo es más complejo y se manifiesta con las siguientes interrogantes: ¿Cuál será la actitud de la sociedad peruana frente a estos hechos?, ¿es nuestra ciudadanía insensible ante esto?, ¿podría entenderse que en el Perú el tema de corrupción se ha impregnado en nuestra cultura política?, ¿podremos –o querremos- salir de esto algún día? Lo que claramente vemos hoy, como testigos indignados y desconcertados, es la agonía de nuestra clase política que, siendo de derechas o de izquierdas, nos desprestigia al grueso de peruanos, con nuestros vecinos sudamericanos, con América Latina y del Norte, y con el resto del mundo, debido a la innegable y suspicaz actuación de nuestros líderes políticos.

Una vez más, estamos en el ojo de la tormenta y quizá nos lo merezcamos, por no entender que lo hecho por nuestra clase política –y también empresarial, ojo con esto- está mal. Los políticos deben servir al Estado y a sus representados, y no servirse de él. Seguir este camino trazado por nuestra actual clase política solo nos llevará al abismo, nunca tendremos un verdadero Estado en donde el derecho regule la política, que como hemos visto, es corruptible y también corruptora.

Como si esto fuera poco, algo también lamentable sobre el caso Odebrecht es que el inicio de este y de su esclarecimiento no fue en el Perú ni a propuesta de él. Es más, el sistema jurídico peruano, a través de su actuación, ha demostrado que aún está en ciernes –por decir lo menos- en cuanto a desvincular a la administración de justicia y el poder político, dada la celeridad y diligencia de sus operadores jurídicos, en aras de obtener prontamente las declaraciones de los implicados en temas concretos y de relevancia, y el establecimiento de los acuerdos más beneficiosos para el país en este caso –la aceptación de las condiciones jurídicas negociadas por los abogados de Barata y la necesidad de la información para el Ministerio Público.

No obstante y finalmente, desde mi humilde posición como ciudadana peruana, académica y profesional, hago un llamado a la reflexión – y a la acción- a los jóvenes de mi generación y de las que vendrán, para plantearnos la necesidad de iniciar una nueva fase en la política peruana, mucho más comprometida y consciente de que solo nosotros, y por nosotros los peruanos, debemos cambiar nuestra historia –aunque parezca una histeria. ¡Basta ya! Hay que erigir nuevos liderazgos que sí tengan una visión clara de lo que queremos ser como país, que nos planteemos qué deseamos, a dónde iremos y no seguir siendo un pueblo desconcertado manejado por los técnicos, sin rumbo, sin un Norte. Solo así, podremos lograr que, esta vez, el Perú ya no sea “liberado” gracias a la acción externa, como lo fuimos en el inicio de la República. Esta vez no, esta vez limpiamos la casa con nuestra propia escoba, barriendo la corrupción y fregando el piso de nuestro futuro de la política mercenaria, piso en el que caminarán nuestras nuevas generaciones, sabiendo que quieren; pero sobre todo, sabiendo que no.

[1] Candidata a maestra en la Especialidad de Marketing, Consultoría y Comunicación política por la Universidad de Santiago de Compostela en Galicia – España, maestra en Ciencia Política y Gobierno por la Pontificia Universidad Católica del Perú y politóloga por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y. Docente universitaria de las cátedras de Ciencia Política y tesis de fin de carrera. Investigadora en temas de comunicación política, marketing político, democracia y los medios; agendación, agendas y agenda-setting, framing y medios y actores políticos, y comunicación gubernamental y políticas públicas.

[2] Véase: http://dle.rae.es/?id=W6rWv6i